Entre los linderos de la crónica y la historia hay puntos de
encuentro. Considero que el cronista y el historiador tienen campos de
actuación en común, aunque el cronista atestigua en la inmediatez lo que
observa y va andando, mientras que el historiador utiliza la investigación de
fuentes no sólo de primera mano, sino que atisba en el pasado de manera
sistemática en los archivos documentales de su interés. Algunos cronistas
emplean herramientas del conocimiento de los historiadores.
Sin pretender comparar más estos nobles oficios que en
plenitud pueden elevarse a profesiones del saber, la mirada del cronista es
perceptiva y holística; la del historiador es analítica y busca la síntesis
bajo un método replicable.
Según lo que he constatado, pocos cronistas tienen también el
rol de historiadores, y menos historiadores tienen las capacidades de expresión
coloquial de los hacen crónica.
Cronistas como lo fueron Carlos Monsiváis o Celso Garza
Guajardo nuevoleonés originario de Sabinas Hidalgo, llegaron a ser escritores
entrañables pues a través de su pensamiento nos legaron reflexiones sobre la
conducta y costumbres del género humano característico de los espacios
territoriales en los que vivieron, sin olvidar los objetos contenidos en la
vida misma de las ciudades y pueblos que degustaron.
El ritmo de los procesos sociales ha venido cambiando de
manera vertiginosa en lo que va del Siglo XXI y se han globalizado los alcances
comunicación de los ciudadanos, aún en las poblaciones más apartadas del
planeta. Las redes sociales permiten en tiempo real el conocimiento de la
información de lo que ocurre al otro lado del mundo.
El cronista para tener vigencia tiene ahora la necesidad de
comunicarse de una manera distinta con quienes conforman la comunidad humana de
su interés; ya un pueblo, ya una ciudad, ya una región. Su labor de testimoniar
lo visto y andado ahora debe revestir los signos de la modernidad y esa
determinante situación lo involucra en procesos sociales más allá de la
observación de hechos: Debe participar, sí o sí, en la formación de masa
crítica.
La crónica no debe considerar sólo lo monográfico, la
narrativa sobre lo ocurrido contemporáneamente, o la recreación de hechos del
pasado inmediato. La crónica se puede instalar
en el pulso de lo que inspira las acciones que permiten una mayor calidad de
vida. La crónica puede detonar procesos y luego formar parte de ellos.
El cronista del nuevo milenio debe comprometerse como
guardián del patrimonio cultural y natural que le rodea, como gestor social y
económico para amainar la brecha entre ricos y pobres. Debe estar abierto a los
comentarios e inquietudes de otros ciudadanos, nunca desestimar a nadie.
Bajo la óptica de la conservación del patrimonio cultural es
preocupante que algunas laderas de cerros y montañas emblemáticas de Coahuila,
Nuevo León y Tamaulipas estén cercenadas en aras de la producción de cemento. En
la región ya han desaparecido sistemas lagunares y más del cincuenta por ciento
de los ríos está contaminado. El agua fósil que se ha venido sustrayendo para
consumo humano desde hace décadas está al borde del arsenicismo.
Algunas empresas sin escrúpulos que se dedican al manejo de
los residuos peligrosos a cambio de dádivas a políticos de ocasión de los tres
niveles de gobierno y de apoyos aparentes a la cultura y la educación
municipales han puesto en peligro la salud de muchas comunidades.
Carlos G.F.
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