lunes, 14 de julio de 2014

LA CRÓNICA COMO PROCESO

Entre los linderos de la crónica y la historia hay puntos de encuentro. Considero que el cronista y el historiador tienen campos de actuación en común, aunque el cronista atestigua en la inmediatez lo que observa y va andando, mientras que el historiador utiliza la investigación de fuentes no sólo de primera mano, sino que atisba en el pasado de manera sistemática en los archivos documentales de su interés. Algunos cronistas emplean herramientas del conocimiento de los historiadores.

Sin pretender comparar más estos nobles oficios que en plenitud pueden elevarse a profesiones del saber, la mirada del cronista es perceptiva y holística; la del historiador es analítica y busca la síntesis bajo un método replicable.

Según lo que he constatado, pocos cronistas tienen también el rol de historiadores, y menos historiadores tienen las capacidades de expresión coloquial de los hacen crónica.

Cronistas como lo fueron Carlos Monsiváis o Celso Garza Guajardo nuevoleonés originario de Sabinas Hidalgo, llegaron a ser escritores entrañables pues a través de su pensamiento nos legaron reflexiones sobre la conducta y costumbres del género humano característico de los espacios territoriales en los que vivieron, sin olvidar los objetos contenidos en la vida misma de las ciudades y pueblos que degustaron.

El ritmo de los procesos sociales ha venido cambiando de manera vertiginosa en lo que va del Siglo XXI y se han globalizado los alcances comunicación de los ciudadanos, aún en las poblaciones más apartadas del planeta. Las redes sociales permiten en tiempo real el conocimiento de la información de lo que ocurre al otro lado del mundo.

El cronista para tener vigencia tiene ahora la necesidad de comunicarse de una manera distinta con quienes conforman la comunidad humana de su interés; ya un pueblo, ya una ciudad, ya una región. Su labor de testimoniar lo visto y andado ahora debe revestir los signos de la modernidad y esa determinante situación lo involucra en procesos sociales más allá de la observación de hechos: Debe participar, sí o sí, en la formación de masa crítica.

La crónica no debe considerar sólo lo monográfico, la narrativa sobre lo ocurrido contemporáneamente, o la recreación de hechos del pasado inmediato.  La crónica se puede instalar en el pulso de lo que inspira las acciones que permiten una mayor calidad de vida. La crónica puede detonar procesos y luego formar parte de ellos.

El cronista del nuevo milenio debe comprometerse como guardián del patrimonio cultural y natural que le rodea, como gestor social y económico para amainar la brecha entre ricos y pobres. Debe estar abierto a los comentarios e inquietudes de otros ciudadanos, nunca desestimar a nadie.

Bajo la óptica de la conservación del patrimonio cultural es preocupante que algunas laderas de cerros y montañas emblemáticas de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas estén cercenadas en aras de la producción de cemento. En la región ya han desaparecido sistemas lagunares y más del cincuenta por ciento de los ríos está contaminado. El agua fósil que se ha venido sustrayendo para consumo humano desde hace décadas está al borde del arsenicismo.

Algunas empresas sin escrúpulos que se dedican al manejo de los residuos peligrosos a cambio de dádivas a políticos de ocasión de los tres niveles de gobierno y de apoyos aparentes a la cultura y la educación municipales han puesto en peligro la salud de muchas comunidades.

Pronto se vivirá en los municipios rurales del noreste mexicano un dilema socio ambiental por la obtención del gas shale con el método del fracking (fractura hidráulica). Por ello la importancia que tienen los cronistas y sus trabajos de crónica como detonadores de procesos de participación ciudadana.

Carlos G.F.

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