Fotografía: tomada de Internet |
El 20 de julio de 1969 el Apolo 11, misión espacial
estadounidense alunizó en el satélite natural de nuestro planeta Tierra. Fueron
tres hombres los que realizaron la hazaña: Neil
Armstrong (líder de la misión), Buzz
Aldrin y Michael Collins.
Ellos colocaron un aparato para monitorear la actividad
sísmica desde la Tierra. Se habían preparado durante mucho tiempo hasta el día
en que fueron lanzados en un cohete el 16 de julio de ese mismo año desde el John F. Kennedy Space Center, en la Isla
Merrit de Florida.
Al día siguiente del acontecimiento se publicó la fotografía
de la huella de Armstrong quien dijo:
“Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto
para la humanidad”.
Recuerdo perfectamente la noticia, yo tenía nueve años y me
encontraba con otros monaguillos de mi edad en el patio central de la casa
adjunta al Templo de San José ubicado por la calle 15 de mayo del centro de
Monterrey. Me acerque al salón donde los sacerdotes tenían su sala comedor y
observé lo perplejos que estaban al ver por televisión la secuencia en la que Neil Armstrong caminó en la Luna.
Carlos “El guerroso” -como me decían en el medio de los
acólitos porque había otros Carlos- preguntaba sin cesar a los presbíteros que
no acertaban a contestar, cuestiones como ¿cuánto había costado el viaje? y ¿por
qué no había mexicanos en el viaje?
El hermano Pancho me dijo que los Estados Unidos eran una
nación poderosa, con dinero y que México no. Desde entonces me quedó claro que
había diferencias económicas en el mundo y que de eso dependían las diferencias
tecnológicas.
Esa luna a la que los pobladores mesoamericanos antes de la
intervención extranjera vieran la imagen de un tochtli (conejo en náhuatl).
A los demás niños parecía no interesarles el evento mientras
que para mí me era algo tan extraordinario lo que estaba ocurriendo, que hasta
pensé que algún día podría también llegar a la luna.
El que me respondió e hizo acrecer mis preguntas fue mi
padre, que aún vive manteniendo inalterable su inteligencia y su pasión por los
temas siderales. Sacó unos libros de su biblioteca, me explicó el proceso
anterior al alunizaje y que el esfuerzo había costado ya vidas humanas. También
me aseguró que visitar la Luna, sería posible.
¿Qué ha pasado desde entonces? Ya no existe la competencia
tecnológica entre lo que fuera la Unión Soviética y los Estados Unidos. Países
como China e India están emergiendo como grandes potencias mientras que México ha
incursionado débilmente en el campo de lo espacial.
Pese a los avances en materia astronómica, pues ya existe el
telescopio robótico Hubble que ha fotografiado galaxias distantes a millones de
años luz, y a la Vía Láctea en la que se encuentra nuestro sistema planetario;
la mayor parte de los habitantes de nuestro planeta no hemos llegado al centro
de nosotros mismos.
La lección que nos dejaron las acciones de los tripulantes del
Apolo 11, así como las labores de planeación estratégica que precedieron su
hazaña que hoy rememoro, es que con la tenacidad y el conocimiento, se pueden
lograr grandes objetivos.
Hoy quiero ser más tenaz y deseo que haya otras personas que
quieran esto tanto como yo, para alcanzar lo más profundo de nuestro ser, para
reconocernos y dar un salto cuántico desde nuestras potencialidades puestas al
servicio de los demás.
El confort, el conformismo y la ignorancia salen
sobrando frente a la crisis civilizatoria que vivimos. Alcancémonos a nosotros
mismos, para alcanzar las estrellas.
Carlos Gómez F.
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