Imagen tomada de zacateks.com |
A finales de julio o inicio de agosto se llevó a cabo en la ciudad de Zacatecas el
XXXVII Congreso de Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas en el
marco del Centenario de la Toma de Zacatecas. Estuve allí por poco tiempo pero
la breve estancia bastó para recordar a mi abuelo paterno, Apolonio Gómez
Cortinas, quien el 23 de junio de 1914 participó en la toma militar de esta
ciudad que estaba en manos de las fuerzas huertistas.
Nacido en 1892 en Parras de la Fuente Coahuila, Apolonio era un
joven de 21 años de edad cuando inspirado en los ideales de don Francisco I.
Madero, recién victimado en los acontecimientos de la Decena Trágica, se unió a
Francisco Villa como parte de la División del Norte durante tres años hasta que
se extinguió el ejército villista. El primer combate importante en el que
participó fue en 1913 en la primera Toma de Torreón, y en la segunda toma de
esta plaza en 1914. En la Toma de Saltillo, en la batalla de Paredón, en junio
de 1914 en la Toma de Zacatecas y en 1915, en las batallas de Celaya, entre
muchas otras. Bajo las órdenes del General Eugenio Aguirre Benavides en la
Brigada Zaragoza, mi abuelo ascendió de cabo hasta el grado de teniente coronel
al frente de un escuadrón de caballería compuesto de 500 soldados con máuser en
mano.
Fue hasta mi adolescencia cuando conocí a mi abuelo Apolonio. Era
alto, de cuerpo delgado y esmirriado, de cejas pobladas y nariz aguileña.
Entonces le hice una entrevista. Lo volví a ver cuando estaba iniciando mis
estudios de la carrera de economía.
Apolonio, de 19 años conoció a dos personas que luego tuvieron
roles protagónicos en la historia de su tiempo. Alguna vez el porfirista
Francisco Cárdenas, en Parras de la Fuente, le pidió que llevara un documento a
Juan Andreu Almazán, a quien encontró jugando boliche en el Hotel México.
Tiempo después, Cárdenas fue el autor material de la muerte de don Francisco
Madero, y Andreu pasó de ser maderista, a huertista, a villista y hasta
zapatista, enriqueciéndose luego de culminar la revolución mexicana con
contratos gubernamentales logrados por sus buenas conexiones. Fue candidato
presidencial en 1939.
Mi abuelo quien contaba con educación, pues su madre había sido
institutriz, escuchó a Villa comentando entre sus “muchachitos” la razón por la
que dejó de llamarse Doroteo Arango cuando defendió el honor de su hermana que
luchaba junto con su madre para no ser llevada por el hijo del patrón; al que
le disparó con una carabina para luego huir
En la última de las batallas de Celaya en 1915, Apolonio Gómez fue
alcanzado por Villa quien le preguntó. -¿Cuánto parque traes? ¡Veinte cartuchos
mi general!, le contestó. Villa le dijo: ¡Aquí tienes sesenta más! Con ochenta
cartuchos no podremos ganar, le replicó mi abuelo observando que ya habían
llegado refuerzos de los federales.
¡Con eso hay para tomar la plaza! Villa estaba acostumbrado a
ganar pero esta vez perdió pues las balas que le habían vendido caían antes de
llegar a los objetivos porque contenían pólvora húmeda y eso era algo que
sabían los carrancistas.
En ese combate le mataron su caballo a mi abuelo y le gritó
¡cobarde! a un general villista que huía y que antes le había dicho que los
cobardes no abandonaban el campo de batalla.
Terminada la revolución, Villa, otra vez como bandolero, cruzó la
frontera de los Estados Unidos incendiando el pueblo de Columbus Nuevo México
en marzo de 1916. Mi abuelo partió también al vecino país del norte con su
esposa Cleotilde a la que había raptado en Irapuato, Guanajuato con ayuda de
soldados en 1914, para darse una tregua. Regresando a su patria trabajó en
Ferrocarriles de México diseñando puentes.
En el final de su vida adquirió una librería que estaba en
bancarrota sobre la Calle Hidalgo frente al Hemiciclo de Juárez en la ciudad de
México escribiendo artículos para prensa sobre hechos históricos sobre la
Revolución Mexicana. Nunca regresó al Rancho de San Isidro en Parras de la
Fuente, propiedad de su padre. Pensó que esas tierras las necesitaban más que
él y sus hermanos, las familias que se las habían apropiado.
Carlos Gómez
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