martes, 2 de septiembre de 2014

MI ABUELO VILLISTA

Imagen tomada de zacateks.com
A finales de julio o inicio de agosto se llevó a cabo en la ciudad de Zacatecas el XXXVII Congreso de Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas en el marco del Centenario de la Toma de Zacatecas. Estuve allí por poco tiempo pero la breve estancia bastó para recordar a mi abuelo paterno, Apolonio Gómez Cortinas, quien el 23 de junio de 1914 participó en la toma militar de esta ciudad que estaba en manos de las fuerzas huertistas.

Nacido en 1892 en Parras de la Fuente Coahuila, Apolonio era un joven de 21 años de edad cuando inspirado en los ideales de don Francisco I. Madero, recién victimado en los acontecimientos de la Decena Trágica, se unió a Francisco Villa como parte de la División del Norte durante tres años hasta que se extinguió el ejército villista. El primer combate importante en el que participó fue en 1913 en la primera Toma de Torreón, y en la segunda toma de esta plaza en 1914. En la Toma de Saltillo, en la batalla de Paredón, en junio de 1914 en la Toma de Zacatecas y en 1915, en las batallas de Celaya, entre muchas otras. Bajo las órdenes del General Eugenio Aguirre Benavides en la Brigada Zaragoza, mi abuelo ascendió de cabo hasta el grado de teniente coronel al frente de un escuadrón de caballería compuesto de 500 soldados con máuser en mano.

Fue hasta mi adolescencia cuando conocí a mi abuelo Apolonio. Era alto, de cuerpo delgado y esmirriado, de cejas pobladas y nariz aguileña. Entonces le hice una entrevista. Lo volví a ver cuando estaba iniciando mis estudios de la carrera de economía.

Apolonio, de 19 años conoció a dos personas que luego tuvieron roles protagónicos en la historia de su tiempo. Alguna vez el porfirista Francisco Cárdenas, en Parras de la Fuente, le pidió que llevara un documento a Juan Andreu Almazán, a quien encontró jugando boliche en el Hotel México. Tiempo después, Cárdenas fue el autor material de la muerte de don Francisco Madero, y Andreu pasó de ser maderista, a huertista, a villista y hasta zapatista, enriqueciéndose luego de culminar la revolución mexicana con contratos gubernamentales logrados por sus buenas conexiones. Fue candidato presidencial en 1939.

Mi abuelo quien contaba con educación, pues su madre había sido institutriz, escuchó a Villa comentando entre sus “muchachitos” la razón por la que dejó de llamarse Doroteo Arango cuando defendió el honor de su hermana que luchaba junto con su madre para no ser llevada por el hijo del patrón; al que le disparó con una carabina para luego huir

En la última de las batallas de Celaya en 1915, Apolonio Gómez fue alcanzado por Villa quien le preguntó. -¿Cuánto parque traes? ¡Veinte cartuchos mi general!, le contestó. Villa le dijo: ¡Aquí tienes sesenta más! Con ochenta cartuchos no podremos ganar, le replicó mi abuelo observando que ya habían llegado refuerzos de los federales.

¡Con eso hay para tomar la plaza! Villa estaba acostumbrado a ganar pero esta vez perdió pues las balas que le habían vendido caían antes de llegar a los objetivos porque contenían pólvora húmeda y eso era algo que sabían los carrancistas.

En ese combate le mataron su caballo a mi abuelo y le gritó ¡cobarde! a un general villista que huía y que antes le había dicho que los cobardes no abandonaban el campo de batalla.

Terminada la revolución, Villa, otra vez como bandolero, cruzó la frontera de los Estados Unidos incendiando el pueblo de Columbus Nuevo México en marzo de 1916. Mi abuelo partió también al vecino país del norte con su esposa Cleotilde a la que había raptado en Irapuato, Guanajuato con ayuda de soldados en 1914, para darse una tregua. Regresando a su patria trabajó en Ferrocarriles de México diseñando puentes. 

En el final de su vida adquirió una librería que estaba en bancarrota sobre la Calle Hidalgo frente al Hemiciclo de Juárez en la ciudad de México escribiendo artículos para prensa sobre hechos históricos sobre la Revolución Mexicana. Nunca regresó al Rancho de San Isidro en Parras de la Fuente, propiedad de su padre. Pensó que esas tierras las necesitaban más que él y sus hermanos, las familias que se las habían apropiado.

Recuerdo que me compartió con emoción el mes que estuvo destacado en las afueras de Zacatecas antes de ser tomada por los villistas. Esta justa militar marcó el fin del usurpador Victoriano Huerta y ahora que estuve en esa ciudad, pensé en los héroes anónimos como mi abuelo que participaron en la construcción de la democracia participativa en México.

Carlos Gómez

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