Hace treinta años escribí: “No me
gusta el olvido, el olvido es de extraños. Olvidarte sería como la misma
muerte, mientras vida me quede, continuarás eterna. “ El olvido poético, es bien distinto al
olvido en condiciones de redes sociales que hoy en día parecen ser la
plataforma más importante de relacionamiento humano, por lo menos, para los
2700 millones de usuarios del Facebook.
El experimentado comunicador Uldrich Sander, que a la fecha no ha
querido involucrarse en Facebook, me
compartía que las personas ya hemos perdido el derecho al olvido haciendo
referencia a que es imposible borrar aquello en que hayamos aparecido en las
redes sociales, y que no nos agrade.
Ciertamente aunque solicitemos a Google quitar de su buscador información
que nos pertenece, siempre estará allí pues no desaparecerá la página original.
La vida cotidiana, en condiciones
de redes sociales, ya no da lugar a ningún misterio sobre los personajes que
admiramos, podemos conocer casi todo de ellos…
El periodista editorial Jorge Ramos
apunta en el ensayo titulado “El derecho a ser olvidado”, cito: “Todos alguna
vez hemos hecho cosas estúpidas que quisiéramos olvidar”.
Hoy el Instagram, el Twitter, el
WatsApp o el Facebook son herramientas digitales todopoderosas que nos inundan
de información válida o no, real o ficticia. Dos mil millones de búsquedas en Google y los miles de millones de videos
que se pueden ver en YouTube, dan
testimonio de esta marejada informativa.
Gracias a que los dispositivos
telefónicos de tarifas planas incluyen herramientas gratuitas como el WhatsApp y el Messenger, somos víctimas y victimarios de la multiplicación de
mensajes que llegan a toda hora. En mis noches de insomnio, observando los
mensajes en mi aparato celular hay algunos mensajes que llegan entre las tres y
las cinco de la mañana, mismos que respondo. También soy un cibernauta atrapado
por las redes sociales.
Ahora, la vida digital está
rebasando peligrosamente a la vida real. En el municipio rural de Bustamante
Nuevo León, el Ayuntamiento cuenta con Facebook,
también el representante de la Iglesia Católica, y hay un creativo ciudadano
que cuenta con uno muy visitado. La población sabe todo de todos aunque a veces
haya información no confiable.
Puedo asegurarles que pronto se
ofrecerá un doctorado en psicología cibernética que aporte conocimientos sobre
la problemática humana que surge de la comunicación digital.
Las desavenencias conyugales que se
producen por mensajes que llegan a las personas de manera correcta o
incorrecta, son crecientes. Conozco más de diez matrimonios que han llegado al
divorcio a raíz de una mala comunicación cibernética.
Cada vez hay más casos de romances
de parejas que se conocieron a través de redes sociales y que en general no
funcionan. Los individuos que entablan una relación amorosa nacida en el
ciberespacio tal vez tuvieron miedo al humano enamoramiento presencial,
supliéndolo por un trayecto de imágenes y palabras que se digitan al compás de
la soledad.
Me consta que algunos vividores
“cazan” a víctimas potenciales a partir de la riqueza económica que se percibe
en las fotografías que suben veleidosamente a las redes sociales.
Una expresión de hedonismo extremo
son las selfies que a manera de auto
retratos se toman personas sin ser actores políticos o estrellas de cine y que
llegan a un penoso grupo de seguidores sin voz y sin oficio. La era digital
atenta contra la privacidad de todos.
La campaña “Teme a Google” es un
intento de frenar a quienes lucran con la privacidad de personas como Jennifer
Lawrence, Kate Upton y Scarlett Johansson cuyas fotografías casuales
mostrándose desnudas, jamás podrán ser borradas.
Carlos Gómez
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