Una corredora de viviendas, -por llamarle de una manera elegante a
una persona dedicada a la venta de casas habitación- me hizo un comentario
sobre los perdedores y ganadores de las devaluaciones que ha sufrido el peso
desde los tiempos de López Portillo.
A raíz de aquella primera gran devaluación me dijo que muchas
familias perdieron sus casas y tuvieron que pasar por procesos legales en los
que los bancos se quedaron con ellas y las remataron. Algunos inversionistas
aprovecharon la situación y las adquirieron a precios menores a su costo. Las
familias perdedoras ya habían realizado pagos con intereses de lo que pensaban
sería su patrimonio. No sólo perdieron sus casas, perdieron también la
autoestima. Hubo hasta suicidios de algunos afectados por la situación.
Y eso es recurrente en el marasmo de las devaluaciones en las que
el gobierno central abandona el control de cambios por falta de fondos.
Los especuladores se hacen más ricos adquiriendo barato luego de
las devaluaciones pero esta riqueza no significa ningún valor agregado en el
producto interno bruto, simplemente las mismas propiedades cambian de dueño y
de valor.
La especulación tiene dos ángulos, ninguno de ellos de carácter
ético: La oscura sensación del triunfo por tener un producto que puede cambiar
su precio diametralmente y por ello hay que retenerlo hasta que alcance su
mayor valor; y la circunstancia de saberse vencedor de un juego construido para
que haya muchos perdedores.
El futuro de la construcción de viviendas es un acertijo pues
depende de factores políticos siempre cambiantes y tiene que ver con los
vencedores y los vencidos en la especulación.
La paradoja de los vencedores en este contexto es que construyendo
casas que luego son abandonadas o rematadas ganan pero más temprano que tarde
perderán porque los potenciales compradores cada vez están más informados de
las desventajas que implica el adquirir una vivienda lejana a los centros
laborales y educativos.
Algunas de estas desventajas son de orden económico por los altos
costos de transportación que resultan de vivir en fraccionamientos establecidos
en las goteras de las áreas metropolitanas, aunque el costo social es el más
grave porque la convivencia familiar se nulifica y esto provoca violencia y
aviva los actos delictivos.
Observemos la cantidad de terrenos baldíos que existen en las
ciudad en la que residimos cuyos propietarios esperan vender cuando estos terrenos
se encarezcan por las fuerzas de mercado. Observemos en los municipios cercanos
a las ciudades el abandono de las viviendas de interés social. Algo está
pasando.
Frente a lo anterior se requiere que las autoridades citadinas
eleven las contribuciones prediales de los dueños de terrenos baldíos y
paralelamente se hace indispensable que las autoridades de municipalidades
periurbanas no permitan el destrozo de su tejido social y ambiental haciéndose
de la vista gorda y concediendo permisos para crear fraccionamientos
gigantescos.
Los urbanistas sociales recomiendan ocupar las zonas centrales de
las ciudades, aprovechando los servicios ya instalados, y construir
edificaciones verticales con el esquema de altas densidades, pero la realidad
es que estas áreas están al servicio de la especulación o están en el abandono
lo que las hace insustentables.
Dudo
que los que le apuestan a la especulación como bandera gananciosa sean
realmente ganadores. No se puede ser permanentemente rico en un país de pobres.
Es premisa fundamental para el desarrollo sustentable que se disminuya la
brecha entre ricos y pobres.
Carlos Gómez
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