Foto tomada de Internet |
Lo conocí en 1991. Prácticamente lo convencí de algo que ya él
deseaba hacer: Regresar a su país de origen. El escultor lagunero Rogelio
Madero procedía de la misma estirpe del apóstol de la democracia. Su aspecto
físico gritaba su origen familiar.
Antes de su retorno vivió por muchos años en Albuquerque, Nuevo
México. Había adquirido fama mundial por la calidad de sus esculturas. Algunas
de sus obras están entre las pertenencias de connotados políticos
estadounidenses y mexicanos. Incluso la Reina Isabel II cuenta con una de ellas.
A finales de ese año de 1991 decidió traer él mismo parte de su
herramienta de trabajo en una camioneta con un gran remolque. Lo esperé en el
lado mexicano del Puente Colombia en Nuevo León y lo llevé a Bustamante para
que descansara. Allí le presenté a mi madrina la gran promotora social Lucy
Herrera. La primera credencial de elector que tuvo Rogelio la obtuvo en ese
municipio que siempre abre sus brazos a los buenos visitantes.
Para este personaje su proyecto inmediato era establecer una
escuela de escultura en Monterrey y el mejor lugar para ello fue el Parque Fundidora
que dirigía entonces el innovador Jorge Fernández, un funcionario inusual por
su apertura y creatividad.
Así es que Rogelio ya de 55 años pero con una gran vitalidad se
instaló en ese emblemático lugar para realizar obras monumentales que
afortunadamente subsisten salvo la bella escultura “El Rehilete” que
desapareció del Parque Niños Héroes dela ciudad de Monterrey.
No logró consolidar en el Parque Fundidora su escuela de arte y
diseño y se trasladó a su lugar de nacimiento. Ya en Torreón su amigo el
empresario Pedro Luis Martín Bringas le ofreció la dirección de la Casa del
Artista “Ana Mary Bringas de Martín” y allí Rogelio estuvo varios años hasta
que estableció en un espacio muy digno, su taller que también funcionó como
escuela privada de escultura y diseño.
Prácticamente un poco más de diez años duro el reencuentro de
Rogelio con su terruño y allí hizo pronto amigos dentro del gremio empresarial
de la CANACINTRA siendo un hombre muy querido y respetado. En este tiempo
validó su querencia por la Tierra a través de su contacto con actividades
locales que organizaban ambientalistas, -también amigos suyos-, y en las que
participaba ampliamente. En ese tiempo creó la escultura “Manto de la Virgen”
que ya constituye un ícono para los torreonenses.
La última vez que lo vi fue en febrero pues lo invité a asistir a
la presentación de la campaña “Yo con Jimulco” que la Fundación Mundo
Sustentable de la mano de la Fundación Jimulco organizó en el Museo Arocena.
Rogelio estaba comprometido con esta reserva municipal y anhelaba establecer
allí un taller para enseñar sus conocimientos a los pobladores de esta parte de
Torreón insuficientemente comprendida y apoyada por sus ciudadanos.
Su hijo mayor, del mismo nombre y de profesión médico estaba
dispuesto a acompañar a su padre para emprender los trabajos del taller y con
sus utilidades apoyar la reforestación de este lugar.
Mi insustituible amigo, el arquitecto y escultor Rogelio Madero De
la Peña nació en Torreón Coahuila el 25 de septiembre de 1936. Al morir en esa
misma ciudad el pasado 1 de mayo contaba con 78 años de edad de los cuales 55
los dedicó a su profesión. Recibió reconocimientos internacionales, nacionales
y locales por su arte. Hizo prometer a Elvia su viuda y a sus tres hijos,
Rogelio, David y Daniel, que pidieran a quienes quisieran enviar flores a su
última morada que hicieran mejor un donativo a la Fundación Jimulco A.C. en la
cuenta número 405 492 8064 del banco H.S.B.C.
Era
de pocas palabras, las suficientes, y aunque era de carácter férreo, Rogelio
fue todo un caballero con sus jeans holgados y tirantes, con la barba
casi blanca y una risa sincera cargada de picardía que aparecía de pronto, para quedarse.
Carlos Gómez
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