Imagen tomada de internet |
Irapuato, Guanajuato es una ciudad media que puede perder sus encantos
provincianos si sus habitantes no cuidan la identidad cultural -magnífica por
cierto-, que les han heredado sus antepasados otomís, purépechas y españoles.
Soy amigo de la globalización pero sin que ésta afecte los valores
locales como pareciera estar ocurriendo en esta ciudad que fue epicentro
poderoso en los tiempos en que la región del Bajío, era conocida como el
granero de México.
Según la evidencia empírica y de acuerdo a los datos estadísticos
de sus actividades productivas, Irapuato es un lugar que no tiene clara su
vocación económica.
La que fuera una potente actividad agrícola, que aprovechó la
buena tierra de llanura existente, ahora se centra en el monocultivo de la
fresa que ha sido un arma de dos filos pues le ha dado fama internacional a
Irapuato pero ha empobrecido la calidad de sus suelos.
Los productores de jitomate y de trigo que quieren apostar a un
cultivo distinto al de la fresa hacen largas filas ante los monopolios que compran
sus productos que les pagan tarde, mal, o nunca obstaculizando la
diversificación de la producción agrícola que ciertamente sería deseable para
encarar la amenaza que se cierne sobre la población mexicana ante la crisis
alimentaria.
Las personas jóvenes de Irapuato ya no se están empleando en el
campo, les resulta atractivo trabajar en las armadoras de automóviles que han
venido a cambiar el mercado de trabajo local, porque tal vez piensan que es más
prestigioso ser un obrero o técnico de tres turnos, que generar riqueza en las
parcelas de sus mayores.
Muchos propietarios de la tierra prefieren vender sus hectáreas
para que sean parte de emprendimientos japoneses, antes que cultivarlas. De
facto, estas empresas privilegian para sus mandos medios y superiores a
profesionales japoneses, reservando para los mexicanos posiciones menores desde
las que difícilmente escalarán hacia puestos directivos.
Es notable que no está ordenado el territorio de la ciudad de
Irapuato de acuerdo a su uso de suelo. Por ejemplo, exactamente a un costado
del moderno hotel en el que me hospedé había por lo menos tres hectáreas de
tierra preparadas para ser cultivadas, mismas que se podían observar desde la
ventana de mi habitación. Espero que el dueño de esas tierras de labranza no
las venda al hotel, -que es una franquicia extranjera- , para hacer albercas.
No tengo nada en contra de las piscinas pero en el Bajío hay serios problemas
de abasto de agua, principalmente para consumo humano.
Don Guillermo Schiavon Zeni, expresidente de
la CANACINTRA expresa su preocupación sobre el futuro de Irapuato. Él es un
empresario de la agroindustria que cree que con mejores prácticas de producción
podría haber mejores resultados, por esa razón cuando le hablo de que es probable
que el empresario brasileño Joao Valle ofrezca una conferencia en calidad de
líder de los empresarios agroindustriales de su país, sobre agricultura
orgánica, muestra un gran interés porque sabe que la agricultura de Irapuato
puede renacer con fuerza.
Romper el paradigma de los pobladores citadinos que catalogan de
“huarachudos y ensombrerados” a los que se dedican a los menesteres del campo,
es muy difícil. Qué bueno sería que esos críticos comprendan que puede llegar
el momento en que sus descendientes se vean afectados por la falta de alimentos
y entonces deseen haberse dedicado a lo agrícola, en lugar de ser empleados sin
identidad de empresas trasnacionales.
En
Irapuato puede haber futuro si se paga bien y a tiempo a los que labran la
tierra y cultivan alimentos. Debe detenerse el abandono de hombres y mujeres de
las labores del campo. Aunque sería deseable que los jóvenes reemplacen a los
actuales productores agrícolas cuyas edades fluctúan entre los sesenta y
setenta años de edad, quienes podrían seguir siendo parte del ecosistema
productivo con sus conocimientos y experiencia.
Carlos Jesús Gómez Flores
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