¿Con qué derecho podemos exigir a
miembros del sector privado y público que no sean corruptos, si nosotros también
lo somos, o lo hemos sido?
La corrupción se placea en México
en todas las latitudes y es una práctica que de tan común parece formar ya
parte de nuestras vidas, y eso no es nada conveniente desde la perspectiva de
la sustentabilidad porque el costo que implica que alguien ofrezca un pago a
otro que se lo solicita para que pueda ocurrir un favor, o para que se evite
una infracción, es un costo subterráneo que no se registra en la contabilidad
pero que existe en una economía oculta.
¿Cuándo fue la última vez que me
pidieron un “moche”? ¿Cuándo veces he sabido de algún personaje que pasó de ser
de clase media a ser de clase alta-plus?
Hay de ladrones a ladrones, y a
veces unos se cobijan con otros. Recuerdo a un funcionario de mandos medios del
Municipio de San Pedro Garza García, Nuevo León, (en el que existe el
imaginario de que los funcionarios son probos), que hace veintidós años me
pidió dinero para darme un permiso de construcción, a lo que me negué debiendo
transcurrir para que se me otorgara dicho permiso, un tiempo fuera de orden.
Ese funcionario de marras no
actuaba solo, porque por lo menos dos personas más estaban involucrados para
que el trámite se realizara y es que los corruptsocios no solo van en pareja,
también forman parte de una cadena de pequeños y grandes pillos que por su
aspecto bien podrían hacerse pasar por sacerdotes y obispos en el caso de los
varones, o por monjas y madres superioras en el caso de las mujeres.
Los corruptsocios se reúnen y se
organizan viéndose de reojo y sonriéndose mutuamente de sus fechorías. Actúan
con desparpajo porque se sienten inmunes. Disfrutan de automóviles de lujo y
algunos se acompañan de chofer por aquello del status. Tienen amoríos y en su
desfachatez procrean hijos, fruto de los excesos económicos.
Beben buenos vinos y son todos unos
profesionales de la enología para degustarlos, más aún cuando se los ofrecen
sus partners en restaurantes caros
para ambientar la negociación de la mesa de los sin escrúpulos.
Saben cómo pedir los vinos, cuáles
son los nombres de los más exclusivos, el año de cosecha y la variedad de la
uva que requieren de acuerdo a los alimentos que consumirán. Piden espacios
privados para no ser vistos y preferentemente elijen aquellos sitios que tienen
puertas especiales para entrar y salir sin que se les moleste.
Cuando los corruptsocios son
representantes del sector privado confabulados con representantes del sector
público, se procuran entre ellos mismos y hasta compiten para ver quien muestra
más astucia en el asunto de las corruptelas.
Pero cuando es la primera ocasión
en que se encuentran, se les puede observar mirándose furtivamente y mostrando
como armas sus innovadores aparatos telefónicos, sus trajes, corbatas y calzado
de diseñador.
Me imagino que en la conversación
primero comparten su estado civil, número de hijos y formación profesional. Ya
que se convierten en corruptsocios se comparten las cuentas bancarias de
cómplices en las que se depositarán las cantidades económicas pactadas.
Se despiden de la mesa con
solemnidad arrepentida, con etílico en la sangre y alegría porque ahora conocen
a otros iguales a ellos que serán buenos contactos para presumir y que
seguramente los llevarán a hacer otros negocios oscuros.
Los corruptos simples que aún no
han llegado a los niveles de gestión y ambición de los corruptsocios, aspiran a
ser algún día como ellos: ¡Pónganme donde hay! ¡El que no tranza, no avanza!
son frases triunfadoras que inspiran sus acciones.
Carlos Gómez Flores