jueves, 9 de octubre de 2014

LOS CORRUPTSOCIOS

¿Con qué derecho podemos exigir a miembros del sector privado y público que no sean corruptos, si nosotros también lo somos, o lo hemos sido?

La corrupción se placea en México en todas las latitudes y es una práctica que de tan común parece formar ya parte de nuestras vidas, y eso no es nada conveniente desde la perspectiva de la sustentabilidad porque el costo que implica que alguien ofrezca un pago a otro que se lo solicita para que pueda ocurrir un favor, o para que se evite una infracción, es un costo subterráneo que no se registra en la contabilidad pero que existe en una economía oculta.

¿Cuándo fue la última vez que me pidieron un “moche”? ¿Cuándo veces he sabido de algún personaje que pasó de ser de clase media a ser de clase alta-plus?

Hay de ladrones a ladrones, y a veces unos se cobijan con otros. Recuerdo a un funcionario de mandos medios del Municipio de San Pedro Garza García, Nuevo León, (en el que existe el imaginario de que los funcionarios son probos), que hace veintidós años me pidió dinero para darme un permiso de construcción, a lo que me negué debiendo transcurrir para que se me otorgara dicho permiso, un tiempo fuera de orden.

Ese funcionario de marras no actuaba solo, porque por lo menos dos personas más estaban involucrados para que el trámite se realizara y es que los corruptsocios no solo van en pareja, también forman parte de una cadena de pequeños y grandes pillos que por su aspecto bien podrían hacerse pasar por sacerdotes y obispos en el caso de los varones, o por monjas y madres superioras en el caso de las mujeres.

Los corruptsocios se reúnen y se organizan viéndose de reojo y sonriéndose mutuamente de sus fechorías. Actúan con desparpajo porque se sienten inmunes. Disfrutan de automóviles de lujo y algunos se acompañan de chofer por aquello del status. Tienen amoríos y en su desfachatez procrean hijos, fruto de los excesos económicos.

Beben buenos vinos y son todos unos profesionales de la enología para degustarlos, más aún cuando se los ofrecen sus partners en restaurantes caros para ambientar la negociación de la mesa de los sin escrúpulos.

Saben cómo pedir los vinos, cuáles son los nombres de los más exclusivos, el año de cosecha y la variedad de la uva que requieren de acuerdo a los alimentos que consumirán. Piden espacios privados para no ser vistos y preferentemente elijen aquellos sitios que tienen puertas especiales para entrar y salir sin que se les moleste.

Cuando los corruptsocios son representantes del sector privado confabulados con representantes del sector público, se procuran entre ellos mismos y hasta compiten para ver quien muestra más astucia en el asunto de las corruptelas.

Pero cuando es la primera ocasión en que se encuentran, se les puede observar mirándose furtivamente y mostrando como armas sus innovadores aparatos telefónicos, sus trajes, corbatas y calzado de diseñador.

Me imagino que en la conversación primero comparten su estado civil, número de hijos y formación profesional. Ya que se convierten en corruptsocios se comparten las cuentas bancarias de cómplices en las que se depositarán las cantidades económicas pactadas.

Se despiden de la mesa con solemnidad arrepentida, con etílico en la sangre y alegría porque ahora conocen a otros iguales a ellos que serán buenos contactos para presumir y que seguramente los llevarán a hacer otros negocios oscuros.

Los corruptos simples que aún no han llegado a los niveles de gestión y ambición de los corruptsocios, aspiran a ser algún día como ellos: ¡Pónganme donde hay! ¡El que no tranza, no avanza! son frases triunfadoras que inspiran sus acciones.

En tanto se siguen acuñando otras frases para acompañar al mexicano proclive a la corrupción, el hurto colectivo sigue su curso en grandes y pequeñas ligas.  Personas que compran el crudo que se “ordeña” clandestinamente de los ductos para petróleo, o las enormes cantidades de gasolina que se extraen de refinerías de PEMEX; personas que compran como fierro viejo los objetos de metal que son robados de las casas habitación; y personas que compran en Bustamante Nuevo León las nueces que roban en los huertos de nogales familias que traspasan las cercas de las labores, para sobrevivir.

Carlos Gómez Flores

jueves, 2 de octubre de 2014

LA POESÍA CONFESIONAL

Escuchar el lenguaje vacuo y repetitivo de algunos políticos mexicanos en el poder, o de personas que aspiran llegar a éste ganando contiendas electorales hace pensar en la pobreza de su castellano y en la necesidad que tienen de profesionalizar su comunicación verbal.

Cansan los excesos de gerundios y de adjetivos triunfalistas que expresan para los afines, y peyorativos para los no afines, así como los cometarios misógenos de ex funcionarios o de ex políticos que declaran cosas tan brillantes como que las leyes se hicieron para ser violadas al igual que las mujeres.

El oficio del político debería ser algo edificante y ejemplar. Pero en general no lo es. Ante esta profusión de anti adalides del lenguaje, la voz de los poetas iberoamericanos hacer constar que es posible escribir, leer y escuchar un buen castellano.

El lenguaje de los poetas resulta el más prístino y total de los lenguajes pues recoge de manera simple lo trascendente de los sentimientos globales que forman parte del conocimiento integral que tienen los humanos sobre sí mismos.

Me parece que el abordaje de la poesía confesional es una constante que se vislumbra desde la intuición afectiva e intelectual de quienes construyen poesía. La confesión en la que el mundo es territorio y el género humano representa el drama de la vida. Ante esta dupla la comunicación entre los lectores y la poesía confesional es automática ya que genera una empatía natural.

La poesía confesional vibra en las palabras que van adquiriendo identidad propia en cada persona que la hace suya. Es revolucionaria y subversiva hasta en los linderos del amor. Recoge cada atmósfera, cada sensación sin retórica, sin demagogia, proyectando el gozo y la soledad. Contiene la pasión de explicar la existencia con un lenguaje rico que evoca aquello que nos duele y aquello que nos proporciona sensaciones de bienestar.

Un poema de amor de estilo confesional que considero de los más hermosos escritos en lengua castellana es el de “Los Amorosos” del libro Horal (1950) del chiapaneco Jaime Sabines, poema del que transcribo un fragmento:

“Los amorosos callan / El amor es el silencio más fino / El más tembloroso, el más insoportable. / Los amorosos buscan, / los amorosos son los que abandonan, / son los que cambian, los que olvidan. / su corazón les dice que nunca han de encontrar, / No encuentran, buscan… / Saben que nunca han de encontrar.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios una canción no aprendida. / Y se van llorando, llorando / la hermosa vida.”

En la ciudad de Saltillo nace en agosto de 1849 Manuel Acuña Narro, casi un siglo antes que el año en que Sabines publicó "Los Amorosos", y también con un lenguaje privilegiado crea poesía confesional del más puro romanticismo. “Nocturno a Rosario”, para una mujer del mismo nombre de la que se enamoró y quien estaba ya casada, es la poesía que fue preámbulo literario
del suicidio de este hombre coahuilense que a los veinticuatro años dejó un legado artístico memorable.

Cito un fragmento de esta poesía de Acuña: “Pues bien yo necesito / decirte que te adoro / decirte que te quiero / con todo el corazón / que es mucho lo que sufro / que es mucho lo que lloro / que ya no puedo tanto / y al grito que te imploro / te imploro y te hablo en nombre / de mi última ilusión.”

¿Cuántas piezas oratorias podríamos citar de personajes de la política mexicana además de los doctos y universales escritos del zapoteca inmortal, don Benito Juárez García?

Los políticos podrían tener un instrumento poderoso de comunicación si hicieran poesía confesional, no sólo cesiones y contra cesiones. Menos aún declaraciones de que su ex partido es corrupto cuando tuvieron fama pública al ejercer el poder, de ser modelo de corrupción.

Aunque escribir poesía en el contexto de la equidad social y la justicia ambiental, es una forma de hacer política no partidista. Una poesía necesaria en estos tiempos aciagos.


Carlos Gómez Flores